La Iglesia Católica vivió un enfrentamiento extremo contra
el liberalismo durante gran parte del siglo XIX. Consideraba a éste, y no le
faltaba razón, como el causante de su situación de pérdida de privilegios e
influencia social así como de su situación económica.
Efectivamente, la Iglesia Católica sufrió grandes pérdidas
en el cambio del Antiguo al Nuevo Régimen hasta la firma del Concordado de 1851
y especialmente desde la implantación de la Monarquía y el régimen de la
Restauración en 1975.
La recuperación va a ser lenta pero imparable, tanto en
recursos económicos, restablecimiento de congregaciones religiosas, educación,
etc. Desde 1899 hasta 1923, los católicos se van a ver forzados a utilizar como
armas contra el anticlericalismo liberal, tanto las actividades propias
tradicionales, como procesiones o peregrinaciones, como la utilización de los
métodos liberales que tanto detestaban, como la prensa o la celebración de
mítines y manifestaciones. Va a nacer así, por lo menos hasta 1923 y la llegada
de la Dictadura una actitud católica militante con espíritu de resistencia y
muy combativo contra el anticlericalismo y el laicismo.
Esta nueva forma de sentirse católico respondía a un
supuesto acoso al que había sido sometida la Iglesia por el liberalismo y
tendrá que sobreponerse y pasar al contraataque con los medios propio y
adoptando también los que le ofrece el liberalismo.
Es una obviedad el hecho de que la Iglesia había perdido
durante el siglo XIX buena parte de sus privilegios, la supresión del Santo
Oficio, abolición del diezmo y las desamortizaciones así como un descenso
considerable del clero regular y de las instituciones educativas y la beneficencia.
A partir de la firma del Concordato con la Santa Sede en
1851 comenzará una lenta recuperación del terreno perdido, especialmente en el
último cuarto de siglo bajo el régimen de la Restauración en el que se crearon
nuevos seminarios, se restablecieron órcdenes religiosas, mejoró la capacidad
económica y sobre todo, pudieron volver a influir en la sociedad a través de la
creación de centros educativos y de la beneficencia.
El anticlericalismo a su vez, veía como la Iglesia
recuperaba posiciones e incrementaba su poder moral y económico y respondió con
protestas anticlericales durante todo el primer decenio del siglo XX, la
primera de ellas sería en Zaragoza en 1899 y que daría lugar a que el partido
liberal amagase con tímidas reformas secularizadoras a lo que la respuesta
católica sería contundente.
La defensa y ataque católicos vendrían desde distintos
frentes. Primero de todo, a través de su propia tradición litúrgica y
devocional, utilizando desde las viejas tradiciones cristianas procesionales y
lugares de peregrinación hasta las irracionales apariciones y milagros. Se
fueron creando devociones a la medida, como el Sagrado Corazón de Jesús, el
culto a María y la Eucaristía, como forma de protesta y de exhibición de poder,
así como forma de atracción de fieles.
Otra forma de protesta y de mostrar sus armas será la
utilización de mítines y manifestaciones desde diciembre de 1906 y enero de
1907, respondiendo a la llamada de Acción Católica. Esta sería la nueva forma
de sentirse católico español. Realmente, la Iglesia Católica se vio obligada a
utilizar estos métodos que no eran de su agrado, ni estaban en sus principios,
pero que dadas las circunstancias era la única forma de combate contra el
anticlericalismo de la calle, así como el gubernamental. De esta forma, ante
las amenazas liberales o la aprobación de alguna ley como la “del candado”
contrarias a la Iglesia, responderían sacando a las masas católicas a la calle.
También utilizarían los católicos la lucha moderna a través
de la propaganda y la prensa, aunque la creación de un diario de tirada
nacional se retrasó debido a las disputas internas y a las distintas visiones
hasta la fundación en 1910 del diario El Debate. La movilización política sería
muy lenta debida a las disputas internas, aunque existía un buen caldo de
cultivo en vista de las masivas manifestaciones que habían conseguido. El
movimiento de agitación y propaganda logró máximo éxito en el terreno político
la creación de las “ligas católicas” y aprendieron la moderna forma de hacer
política desde los ayuntamientos, recurriendo a la movilización de su
electorado, manteniendo su independencia votando a favor de unos u otros,
dependiendo de sus intereses hasta 1923 que creyeron que había llegado el
momento, con la Dictadura, de no practicar las tácticas liberales que tanto les
repugnaban.
Dentro de esa identidad católica nacida con el nuevo siglo,
aparecerá otro ingrediente que si bien no es totalmente nuevo, hacía mucho
tiempo que no se practicaba. Se trata del martirio. Los nuevos cristianos como
sus antepasados debían prepararse para la persecución y el sacrificio. De ahí
la militancia activa contra el peligro anticlerical que por otra parte parecía
cierto ante la violencia que tenían que sufrir en actos públicos como las
procesiones y que obedecía a largos siglos de opresión y saqueo que la Iglesia
Católica practicó contra los más humildes.
En resumen, los católicos españoles nunca fueron demócratas
y siempre estuvieron muy a gusto asociados al poder político y parasitando de
los más pobres.
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