La dictadura autoritaria que surgiría tras la victoria del
bando sublevado en julio de 1936, tendría que aunar a las distintas derechas
que habían contribuido a esa victoria en la Guerra Civil.
Dentro de esas familias que contribuyen a culminar el éxito
de la Guerra Civil, se encontraba, en un puesto destacado, la Iglesia Católica.
De hecho, su contribución fue decisiva ya que proporcionó la conciencia moral
al levantamiento militar e incluso fue más allá, para ofrecer un carácter de
“cruzada religiosa” a quienes se habían levantado contra el régimen republicano
al que se culpabilizaba de todos los desastres de la patria y se le
identificaba con el comunismo y con la encarnación del mal mismo.
Una vez terminada la guerra, la Iglesia volvía a imponer
sus doctrinas: orden, propiedad, familia, tradición y costumbres, etc.,
facilitada por la vuelta a la ruralización de España. Así se disponían, una vez
conseguido el mimetismo con el poder de la forma en la que a esta institución
le gustaba, sin tener que competir con el laicismo y sin democracia, sino con
la hegemonía que le proporcionaba el apoyo dado a los golpistas vencedores en
la Guerra Civil, se proponían “recristianizar” España, borrando todo rastro de
laicismo. Nunca, desde el Antiguo Régimen estuvieron tan imbricados
Iglesia-Estado.
Los obispos consideraron la guerra como un castigo contra
una etapa de libertades y laicismo en el que finalmente se impone el bien y la
Iglesia ocupa su parcela de poder dentro del Estado.
Se presentaba ahora la mejor ocasión de volver a esa unión
entre patriotismo y catolicismo que consideraba en la esencia de España y de la
que habían estado separados durante tanto tiempo. Para no volver a caer en la
“barbarie republicana” e imponer su recristianización, contarán con la censura
y con la política educativa.
De esta manera se propusieron acabar con todo rastro de
liberalismo que tanto daño les había causado durante el siglo XIX, con la lucha
de clases y con los nacionalismos periféricos.
La legitimación del golpe de Estado y del apoyo de las
masas católicas al bando sublevado estuvieron amparadas desde el primer momento
por el Papa Pío XI que legitimó el golpe y a partir de ahí se construyeron las
teorías de lucha contra el liberalismo, el bien contra el mal, etc., y el
mimetismo con la políticas dentro del “Nuevo Estado” que le permitió esa
ansiada restauración religiosa y la exaltación de las tradiciones cristianas a
través de confesiones y comuniones masivas, consagración de imágenes y todo
tipo de eventos dirigidos a la educación religiosa y patriótica, unidas, aunque
conservando cada una sus propias franjas de poder y apoyo mutuo, en un estado
de armonía y cordialidad. Se trataría de una política de concordia bajo la
protección oficial, basada en una serie de exigencias mutuas y en el respeto
entre los gobernantes políticos católicos y las élites religiosas.
Esa imagen de los primeros años del franquismo, durante la
I Guerra Mundial dominada por el mundo rural, la autarquía proclamada por el
falangismo dominante hasta que terminara la guerra teniendo como perdedores a
las potencias centrales, sería el momento en que el régimen decidiese cambiar
su imagen en el exterior e hiciera más visible su parte católica y comenzara un
acercamiento a la Santa Sede hasta concluir con la firma del Concordato de 1953.
Fue un momento de aislamiento y bloqueo diplomático decretado por Naciones
Unidas. Pero pronto iba a cambiar el destino del régimen, debido a los
acontecimientos externos. La Guerra Fría haría que el franquismo fuera aceptado
e incluso aliado en contra del comunismo internacional y en ese cambio de
fachada de la dictadura franquista, la Iglesia Católica haría un gran servicio
al Estado.
De todas formas, aún habiendo declarado Franco la mayor de
sus disposiciones con respecto a la Iglesia, no fue fácil el acuerdo sobre el
Concordato y tampoco su posterior andadura, especialmente en asuntos económicos
y sociales. Las autoridades religiosas eran muy celosas de su parcela y de su
libertad.
Finalmente, tras el Plan de Estabilización en 1959 y la
llegada al poder de los tecnócratas del Opus Dei, la modernización de la
sociedad, etc., va a transformar la realidad social mucho más deprisa que
evolucionen las instituciones del régimen.
La primera crisis entre católicos y el régimen franquista
será en los primeros sesenta de la mano de Acción Católica enfrentada a las
fuerzas del orden público así como a los dirigentes religiosos. Estas
organizaciones se van a radicalizar escapando al control de la Iglesia y
asociándose a organizaciones obreras con las que se sentían más cercanas que
con las élites religiosas.
También el nuevo pontífice Juan XXIII alentaba la
democracia cristiana y tenía un papel complicado con la defensa internacional
de un “Estado católico” como era España.
El siguiente paso en la crisis entre la Iglesia y el Estado
sería con la celebración del Concilio Vaticano II, iniciándose un resquebrajamiento
de la unidad conseguida tras la Guerra Civil por una parte de la Iglesia que
iba a cuestionar el régimen y también va a exigir una transformación de las
instituciones políticas. Este distanciamiento se iba a pronunciar con la
llegada del nuevo Papa Pablo VI que iniciará una progresiva ruptura con el
régimen de la mano del Presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Vicente
Enrique y Tarancón. Carrero Blanco acusó a la Iglesia de traición, hecho que
parece evidente en ese preciso momento en el que la Iglesia parece querer
salvar los muebles distanciándose del régimen dictatorial del que habían
formado parte, habían ayudado a crear y durante casi tres décadas fueron apoyo
y base moral de la ideología que lo sostenía.
AUTOR: José Luis Romero Carretero.
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